Hoy comparto con vosotros/as este interesante artículo donde se habla de la importancia de aprender en el entorno natural, curiosamente uno de los bloques de contenidos de la materia de Educación Física.
Deseo que os interese.
Un abrazo,
Irene
El aprendizaje del ser humano no es, en su esencia, muy diferente del que acabo de describir. En sus primeros años, el ser humano también debiera aprender cómo es el mundo de modo directo en la naturaleza, y no en las aulas. Es cierto que, a diferencia de la gacela, el aprendizaje del ser humano requiere un proceso activo por parte de los demás.
Es decir, el encendido de la emoción por lo que se ve, se oye o se toca es el núcleo central de todo aprendizaje, sea a edades muy tempranas, como las que acabo de mencionar, sea a cualquiera de las edades por las que transcurre el arco vital del ser humano, incluido el propio proceso de envejecimiento. Nadie puede aprender nada a menos que aquello que vaya a aprender le motive, le diga algo, posea algún significado que le encienda emocionalmente.
Fuente: http://blogs.elpais.com/ayuda-al-estudiante/2013/12/los-ni%C3%B1os-deben-empezar-a-aprenden-en-la-naturaleza-no-en-el-aula.html
Imagen extraída de diegocallejon.blogspot.com |
Un abrazo,
Irene
En
el mismo momento de nacer ya estamos aprendiendo. Aprender es un
proceso innato y consustancial para mantener la vida. Es imprescindible
para que la especie sobreviva. Es la necesidad más vieja del mundo: como
comer, beber o reproducirse. Cualquier individuo biológico que no
pudiera aprender, o que aprendiera mal, perecería pronto, como perecería
quien no comiera ni bebiera. La vida no sería viable sin el aprendizaje.
La maquinaria molecular
del proceso de aprendizaje se pierde en los arcanos del tiempo: ya
existía en los seres unicelulares, hace al menos 3.000 millones de años.
Aprender conlleva un proceso molecular que se ha ido elaborando y
haciéndose más complejo con la aparición del sistema nervioso,
comenzando con los invertebrados. Un caracol, por ejemplo, posee una
poderosa maquinaria neuronal con la que aprende a distinguir en su
entorno lo que es bueno (un trozo de comida) de lo que es malo (cualquier sustancia tóxica).
El
cerebro de los mamíferos, y entre ellos el ser humano, posee un diseño
orquestado por códigos heredados a lo largo del proceso evolutivo que
empujan a todos los seres vivos a aprender de modo espontáneo. Códigos que vienen impresos en el programa genético de cada especie. Al nacer, el de aprendizaje es el primer mecanismo cerebral que se activa. Es el mecanismo responsable de la adaptación al medio ambiente y la supervivencia.
Todos hemos visto en televisión cómo la gacela recién nacida intenta ponerse de pie en solo unos minutos, y lo hace aprendiendo de la realidad del mundo que pisa. El contacto directo con el mundo físico es absolutamente imprescindible para que los códigos genéticos se enciendan y, con ello, la maquinaria del aprendizaje. Se aprende aprendiendo: una
vez puesta de pie, la gacela aprende que no debe correr por la pradera,
expuesta a depredadores, y lo hace muy pegada a su madre, porque ya ha
aprendido, rapidísimamente, que esta la protegerá. Eso es aprendizaje, y
los mecanismos que lo sostienen son los códigos sagrados de la
existencia biológica, que digámoslo una vez más, son los que mantienen
la supervivencia.
El aprendizaje del ser humano no es, en su esencia, muy diferente del que acabo de describir. En sus primeros años, el ser humano también debiera aprender cómo es el mundo de modo directo en la naturaleza, y no en las aulas. Es cierto que, a diferencia de la gacela, el aprendizaje del ser humano requiere un proceso activo por parte de los demás.
Por
ejemplo, al niño de 2 o 3 años, ahora que nos estamos dando cuenta de
la envergadura y trascendencia que tiene la educación en esas edades, no
se le debería enseñar qué es una flor más que en el campo, haciendo que
el niño observe la flor en el contexto de las demás flores y hojas y
ramas, y mirándola de forma aislada o en el conjunto de otras flores. Y que pueda coger la flor, tocarla y olerla, y arrancar los pétalos
y hacerlo tanto con una flor tersa, acharolada y reluciente, como con
aquella que pierde su brillo y fulgor, y aun lo que queda, ya seco, de
aquella misma flor. Y así, con las hojas y las ramas de los árboles. Y
como en este ejemplo, todo el aprendizaje del mundo sensorio-motor del niño de esta edad debería ser extraído más de la realidad, en directo, y menos de las fotografías, los vídeos o los libros, encerrado entre las cuatro paredes de una guardería.
Solo así, de manera natural, no lo olvidará nunca y, además, con ello construirá los elementos sensoriales sólidos con los que luego creará los abstractos y las ideas, que son los átomos del pensamiento. Solo aprendiendo bien los concretos perceptivos se pueden aprender bien después esos abstractos que, engarzados en hilos de tiempo, constituyen el razonamiento humano.
Pues bien, todo esto viene orquestado por la emoción,
por el cerebro emocional. Todo cuanto hay en el mundo, si resulta
nuevo, diferente y sobresale de la monotonía, despierta la curiosidad,
uno de los ingredientes básicos de la emoción. La curiosidad es
la llave que abre la ventana de la atención y con ella se ponen en
marcha los mecanismos neuronales con los que se aprende y se memoriza.
Es decir, el encendido de la emoción por lo que se ve, se oye o se toca es el núcleo central de todo aprendizaje, sea a edades muy tempranas, como las que acabo de mencionar, sea a cualquiera de las edades por las que transcurre el arco vital del ser humano, incluido el propio proceso de envejecimiento. Nadie puede aprender nada a menos que aquello que vaya a aprender le motive, le diga algo, posea algún significado que le encienda emocionalmente.
La
curiosidad precede a la atención. La atención nace de algo que puede
significar recompensa (placer) o castigo (peligro) y que por tanto tiene
que ver, lo digo una vez más, con la supervivencia del individuo. La atención es como un foco de luz que ilumina lo que hay delante de nosotros y lo distingue, lo diseca de todo lo demás. Fuera de ese foco queda la penumbra, y en ella apenas si se puede discriminar algo. Es con esa luz como se ponen en marcha los mecanismos neuronales del aprendizaje y la memoria. Y es con ello como se crea el conocimiento.
Hoy
la neurociencia comienza a conocer los ingredientes de esos procesos
que son la emoción, curiosidad, atención, percepción y conciencia,
aprendizaje y memoria, y toda otra serie de añadidos fisiológicos
importantes para ese aprendizaje, como son el sueño, los ritmos
circadianos y tantos otros. Y a partir de la neurociencia, empieza a
tomar cuerpo la neuroeducación, que analizaremos en la continuación de
este artículo, la próxima semana.
Fuente: http://blogs.elpais.com/ayuda-al-estudiante/2013/12/los-ni%C3%B1os-deben-empezar-a-aprenden-en-la-naturaleza-no-en-el-aula.html
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